domingo, 11 de mayo de 2008

Blues al Anochecer

Me senté en mi puerta, como un niño
para verte llegar desde aquí
sólo veo rostros desconocidos;
tengo un presentimiento gris

Hoy te esperé
como quien juega un número
sin fe
y ya no sé si volverás
porque ayer hablé de más
al anochecer.

Yo no hice las reglas, de este juego
no voy a decirte qué está mal o bien,
a veces uno es lobo a veces cordero
los dos ya sabemos quién es quién

Hoy te esperé
pero el pájaro voló,
voló y se fué
seguro no volverás
porque ayer hablé de más
al anochecer.

El aire se pone fresco
y yo esperándote aquí
ya se borraron los rostros
y mi sombra pisa el adoquín,
pero no voy a asustarme,
sé bien que es la soledad;
cuando termine mi cigarro
voy a entrar...

Ahora lo recuerdo, recuerdo qué dije
pero ya es muy tarde para corregir
hablé de una fiesta y de ciertos amigos
pero no eras vos... la que estuvo ahí.

Hoy te esperé
como lluvia en la sequía
sin fe
ya no sé si volverás,
porque ayer hablé de más
al anochecer.


(Blues al Anochecer. La Mississippi. Cara y Ceca. 1997)

lunes, 14 de abril de 2008

I Hate Facebook


Según Facebook, yo no soy amigo de mis amigos.
Según Facebook, sí soy amigo de gente con la que nunca he hablado. Y a pesar de no conocerlos, me mandan tonteras que respondo con “aceptar”, “omitir” o “ignorar” dependiendo del ánimo.
Según Facebook, con mis amigos no tengo amigos en común. ¿Cómo los conocí entonces?
Según Facebook, la gente con la que estudié alguna vez, no existe. Eso puede ser bueno.
Según Facebook, el profesor que odiaba en la universidad ahora quiere ser amigo mío. Ja.
Según Facebook, si yo fuera un dibujo animado sería Daria, pero si fuera un cartoon sería el gato Silvestre.
Según Facebook, “lamentablemente” no soy flaite.
Según Facebook, la canción que describe mi vida es Free Bird, de Lynyrd Skynyrd. De más está decir que jamás he escuchado ese tema y que recién (y gracias a wikipedia) me vine a enterar que el grupo es el mismo de “Sweet Home Alabama”.
Según Facebook, y a pesar de lo anterior, si yo fuera un tipo de música, sería punk.
Según Facebook, como futbolista soy completísimo, tengo potencia, fuerza, velocidad y técnica... UN CRACK!.
Según Facebook, mi patriotismo se resume en que “la cagué pa ser shileno” y en que disfruto hasta cuando se me repite la empaná de pino.
Según Facebook, si yo fuera un garabato sería “puta la weá”. Respecto a lo mismo, soy un chucheta del tipo Kike Morandé. Y yo juraba que mi garabato preferido era “por la reconchesu...”
Según Facebook, soy un ebrio común.
Según Facebook, si ahora le das click en “forward” va a pasar algo muy entretenido. Y se va a demorar menos de 30 segundos.
Según Facebook, no he visto ninguna película últimamente.
Según Facebook, alguien me amenazó con un “más te vale que me abraces AHORA!”
Según Facebook, estoy buscando “trabajar en red”.
Según Facebook, les puedo “dar un toque” a mis amigas. Incluso a las casadas.

viernes, 9 de noviembre de 2007

El viejo Café del Libro


No había escrito esto antes sólo porque no tenía una foto pa acompañar el texto. Pero el fin de semana sentí que le debía un homenaje al lugar donde uno puede sentirse como en casa. Mejor que en casa, creo, porque es un lugar de carrete. Hablo del legendario, mítico, inigualable y queridísimo Café del Libro de Quilpué.
Es un bar, como cualquier otro, pero no cualquier bar. Algo tiene. Se respira buena onda, paz. Y hay buenas tocatas también, aparte de cerveza barata. Y personajes de todo tipo. Durante la semana, harto treintón, y no sé porqué, hartos profes también, que van a matar la jornada después del colegio. El fin de semana, de todo. De todo, pero con un factor común: gente piola. De hecho, jamás he visto una pelea adentro, aunque seguro que más de un combo se tiene que haber repartido entre mesas y sillas apretujadas. Pero no es la tónica.
También es el lugar ideal para ver fútbol por la tele. Me acuerdo de una vez que recorrí todo Quilpué buscando un lugar decente, pero o estaban todos llenos o no garantizaban que la billetera seguiría en el bolsillo al salir. Hasta que sin ninguna esperanza llegué al Libro. Cuevaza. Había repoca gente y pude disfrutar el partido en paz. ¿La clave? No pusieron ningún cartel anunciado que tenían pantalla gigante, entonces entraron sólo los precisos. Los de siempre.
Otro punto a favor que tiene es la fonda “Volantín Cortao No Tiene Dueño”, que en los últimos años ha instalado en el galpón del paradero 31. He visto a Chico Trujillo, Inti Illimani y otros que no me acuerdo (¿porqué será?). Es el mismo ambiente del bar de calle Blanco, pero multiplicado por 10 o más. Lo chistoso es que uno igual se encuentra con la misma gente que siempre va al Café todo el año.
No me puedo olvidar tampoco de la sucursal villaalemanina que el Café del Libro tuvo hace un par de años. Era igual al de Quilpué, pero con mejor música, más rockero. Dicen que por eso mismo cerró: se pasaba tan bien, que la gente iba, se sentaba, compraba una chela y se dedicaba a conversar y escuchar la tocata de turno, pero se embalaba tanto que se olvidaba de seguir consumiendo y así el negocio no funciona. Una pena, pero en fin. Otra teoría más simple dice que cerró porque el arriendo era muy caro.
Voy hace años, no sé cuantos. Pero me acuerdo de cuando era más rústico, sin techo en el patio y uno se cagaba de frío. Ahora es todo lo contrario, uno se caga de calor por el encierro. Igual, siempre es bueno volver y sentarse frente a un verdadero ícono de lugar: ese cuadro que tienen en la barra donde aparece Condorito en el suelo, golpeado y apuñalado por figuras de Walt Disney. Clásico.

PD: El de la foto es el Walo tocando en el Libro con su banda “Pornostar”, en esos momentos en que se acuerda que es un buen rockero. Cuando se le olvida, canta en “La Bandita de Firulete”.

jueves, 5 de julio de 2007

El Bisabuelo era El Padrino


Suena a cursilería o a una coincidencia muy grande. El caso es que mi bisabuelo falleció el viernes pasado (tenía 105 años) y cinco días después me vengo a enterar que él fue el padrino de bautizo de la mamá de mi polola. ¿Enredado? Sí, pero no tanto. A ver si ahora queda más claro: mi bisabuelo y el abuelo de mi polola eran compadres.
¿Cómo? No sé. Vivían en el mismo barrio, el cerro Barón de Valparaíso, muy cerca de la iglesia San Francisco, y trabajaban en la misma empresa, Ferrocarriles del Estado. Supongo que por ahí se generó el vínculo. No tengo claros los detalles, recién ayer me enteré de todo, pero sé que el abuelo de mi polola después se fue a vivir a Peñablanca por recomendación médica (tenía asma). Me imagino que ahí se empezó a perder el contacto.
El bautizo en cuestión fue hace más de 60 años en Peñablanca. Dicen que mi bisabuelo –que tenía memoria de elefante y estaba más lúcido que cualquiera de nosotros a pesar de lo viejo que era- siempre hablaba de su “comadre Eva de Peñablanca”. Más coincidencias, mi polola heredó ese nombre.
Hablaba también de un tal Jovino, que se las dio de galán con algunas de mis tías-abuelas, tías lejanas o algo así (enredos que todavía no entiendo). Bueno, el caballero en cuestión es tío de mi polola. Y así han salido otros “detallitos” y seguramente aparecerán otros más.
La lata es que descubrimos todo esto sólo porque a mi “suegra” se le ocurrió preguntar el nombre de mi bisabuelo. Cuando escuchó que era Enrique Brondi, se quedó muda unos momentos y después soltó la noticia: “era mi padrino”. Si incluso aún tiene guardado el papel amarillento del bautizo, que fue el 18 de septiembre de 1946.
Dijo que de haberlo sabido antes, habría ido al funeral. Pero a mí se me ocurre que incluso si lo hubiéramos descubierto antes, habría sido mejor: podrían haberse reencontrado. ¿Cómo habría sido esa reunión? Difícil imaginársela.

PD: Otra cosa mala. Con este descubrimiento, a mi polola le dio con que las familias estaban predestinadas para juntarse, que el destino y blablabla… Detalles.

lunes, 9 de abril de 2007

Ya no hay monedas para Judas


¿Idea mía o cada vez se queman menos Judas en Semana Santa? Hace años –más de 10 o 15 ahora que saco la cuenta- era imposible no toparse con cabros chicos pidiendo monedas en cada esquina, pasando por todas las casas del barrio, persiguiendo a los automovilistas, gritando como tarados todo el día “una moneita pal Judas, una moneita pal Judas, una monedita pal….”
Ahora, con suerte, vi uno. Fue en Puente Negro, el jueves pasado. Unos niños paseaban en un carro de supermercado a un Judas bien ordinario, porque la cabeza de pelota se le caía a cada rato. No me pidieron plata ni tampoco les iba a dar, sólo porque me daba paja abrir la billetera. Pero aparte de ellos, no vi a nadie más. Parece que la tradición murió.
Recuerdos de quema de Judas tengo varios. Como que lo más difícil de fabricar era la cabeza. Si no teníamos una pelota vieja, había que improvisar con cualquier cosa. Hasta un tarro de leche Nido ocupamos una vez. Otro problema era conseguir la carretilla para pasearlo. Ningún vecino se dignaba a prestarla, quizás porque pensaban que nunca más se la íbamos a devolver.
También me acuerdo cuando “descubrimos” que era mejor repartirse la plata que meterla adentro del muñeco. Pa pasar piola, la primera vez hicimos unas monedas falsas con una lámina de cobre que había sobrado de algún trabajo escolar (después fue puro reírse viendo a otros cabros chicos quemándose las manos tratando de agarrar lo que ellos creían “monedas de 100 nuevecitas”).
Otro, un poco más patético, fue disfrazar a un amigo de Judas. Parados en la esquina, sin ni uno en los bolsillos, vimos que era una buena y rápida manera de conseguir plata. Así que pescamos al “elegido”, le tapamos la cara con su gorro de lana, le metimos hojas secas de árboles en los puños de la chaqueta y por las piernas y listo, lo apoyamos en un poste. La ropa que andaba trayendo ya era lo suficientemente vieja, así que eso ayudaba. Tuvo que quedarse quieto mientras convencíamos a la gente de que sí era un mono de verdad, aunque después no se aguantó las ganas de pararse y salir caminando detrás de la pareja que había colaborado con 50 pesos, plata que usamos para jugar taca-taca como dos horas.
Ahora no. Nadie pasó por mi casa pidiendo plata. No vi cabros chicos quemándose los dedos por sacar una moneda. Quizás dónde estaban ahora. A lo mejor preparando el disfraz para el próximo Halloween.

martes, 20 de marzo de 2007

Cornelios y patas negras


“Démonos un besito altiro que después nos pueden pillar”. La frase por sí sola daba risa, pero el contexto ayudaba a entender más lo que estaba pasando (y si no a entender, por lo menos a hacer correr la imaginación). Iba yo caminando por Errázuriz en el decadente Valparaíso después de una ardua jornada laboral (yaaaa...) cuando me cruzo con una pareja justo en el instante en que la mujer le hacía esa sugerencia a su acompañante. Seguí caminando, ellos también, y a los pocos pasos me doy vuelta sólo para ver si se estaban dando su calugazo correspondiente. Y sí, en eso estaban.
Todo normal. Pololos, marido y mujer, saliendo juntos del trabajo, caminando al paradero. Puede ser. Pero eso de que “después nos pueden pillar” me sonó raro altiro. A alguien que anda con su pareja oficial, no le da miedo que lo pillen, cierto? Estaba claro, entonces. Un par de amantes. Unos viles patas negras. Haciéndola corta antes de irse a la casa.
No es la primera vez que lo veo, en todo caso. Hace como un año vi un caso más care’raja todavía. Porque pude ver en persona a la mina “juguetona”, al galán y al gorreao. Todo mientras hacía el pajero viaje entre Valparaíso y Villa Alemana. Ese que debería durar 45 minutos pero que a esa hora dura una hora y cuarto.
Se sube ella a la micro junto a su acompañante, creo que por ahí frente a la casa central de la UCV. La mina, como de 35 años y cara de secretaria-ejecutiva. Él, de seguro un poco más viejo y con una pinta de jefe-de-mando-medio que no se la podía. Ya a la altura de la Escuela Industrial el tipo le había pasado el brazo sobre el hombro con el viejo truco de apuntar algo en la ventana (a esa edad ya debería pensar en otras tácticas, pero le resultó...). Entre Viña y Quilpué se la pasaron en puros coqueteos y atraques tierno-calentones, hasta que entrando a Villa Alemana comenzó la despedida.
“Me bajo acá mejor, cierto?”... “No, más allá....yaaaa, mi amoooorrrrrrr?”... Era fácil leerle los labios al parcito. Entre risitas y besitos locos, iban pasando los paraderos. El 12, el 11, el 10. En el 9 se les acabó el jueguito y el galán maduro se bajó, no sin antes plantarle un último beso a su cocoroca damisela.
Ella apenas alcanzó a arreglarse un poco el pelo, el uniforme, y a borrar la sonrisa calentona que su macho le había dejado dibujada en la cara. La micro llegó al centro de Villa Alemana y yo seguí a la mujer con la mirada. Se baja, mira para todos lados y encuentra al que, sin dudas, era el gorreao. Un tipo regordete, de bigotito bien cuidado, lentes ópticos, pantalón de vestir y camisita bien formal. Un wea, hay que decirlo. La mina, demostrando que cuando las mujeres quieren ser care’raja, lo son con cuática, le da un besito tierno y todo ordinario comparado con los que le daba hace cinco minutos a su galán. Pero “Cornelio”-que se me hacía a cada segundo más wea- se lo recibe con una sonrisita colegial que por un momento me hace pensar que tiene bien ganados los cuernos.
Y así se van, abrazaditos y contentos. Ella, feliz por la doble ración que está recibiendo; y él, jurando de guata que con ir todos los días a buscar a su señora al paradero, es imposible que lo caguen.

** Sorry por la foto, pero fue la mejorcita que encontré al poner "pata negras" en Google.

lunes, 5 de marzo de 2007

Por qué ya no me gusta el fútbol


O sea, me gusta, pero ya ni tanto. Y lo respeto mucho menos que antes. ¿Porqué? Porque me di cuenta que es un deporte donde la mediocridad es norma y donde cualquiera, pero CUALQUIERA, puede llegar a practicarlo en forma profesional. Al menos en Chile, claro. Supongo que en otros lados son un poquito más exigentes.
Es que para destacar en cualquier disciplina deportiva se deben conjugar dos factores: técnica y táctica. O al menos una de las dos. Si no, mejor dedicarse a otra cosa. Pero resulta que en el fútbol no es necesaria ninguna. ¿Cuántos futbolistas saben bajar una pelota sin que se les arranque 10 metros? ¿Cuántos saben pegar en forma decente un cabezazo? ¿Cuántos derechos pueden patear con la izquierda? Pocos. Porque no es necesario. No hace falta tener técnica para ser futbolista. Con lo mínimo alcanza.
Basta pensar qué pasaría si un tenista no supiera golpear de revés. OK, algunos le pegan muy mal, pero saben. En el atletismo pasa lo mismo: imagínese un corredor de 110 metros vallas que no tenga técnica. Lo más probable es que se saque la cresta sin remedio. En cambio hay futbolistas que terminan haciéndose un nudo con las patas cuando la pelota “les queda para la muda”.
De la táctica o estrategia, ni hablar. Pídanle a un futbolista algo más que el 4-4-2 o el 3-5-2. ¿Qué pasa cuando un entrenador exige algo un poquito más específico? El camarín “se revela” y hay que volver a la pichanguita, a perseguir la pelota como en el recreo del colegio. Otros deportes son pura estrategia y el que no la entiende, no juega. ¿Ejemplo concreto? El básquetbol. Ahí la famosa pizarrita sí que sirve para algo más que para escribir que tal rival es “pavo”, “viejo” o “lento”. ¿Otro más? El rugby.
Lo peor son las excusas. Cuando algún futbolista reconoce no ser muy dotado técnicamente o asume que su equipo es desordenado, saca la fracesita pa’l bronce: “no jugamos bien, quizás no se vio un partido muy bonito para el público, pero lo importante es que pusimos garra”. Ándate a cagar!!. Esa vieja chiva de “poner garra”, “correr los 90 minutos”, “trancar con la cabeza”, “poner lo otro”, sólo sirven para ocultar la mediocridad. En el fondo están diciendo que son tan malos, que no les queda otra que correr como tarados para disimularlo. Total, el público “valora la entrega”.
Hablando de mediocridad futbolera, recuerdo cuando dos amigos “se fueron a probar” (así se dicen en jerga pelotera) a las inferiores de un equipo de la zona. Uno era arquero y el otro defensa. Llegaron y los técnicos encargados armaron dos equipos. El de mis amigos resultó ser el mejor, dominó todo el partido, tanto que el cuadro rival apenas pasó la mitad de la cancha. O sea, mis amigos casi ni tocaron la pelota. ¿Conclusión? Los encargados de la “fecunda cantera futbolística” seleccionaron a los delanteros del equipo de mis amigos y a los defensas y al arquero del otro. El resto, pa’ la casa
Si así los eligen a todos, se explican muchas cosas.
Por eso ya no me gusta el fútbol. Es muy fácil. Entrenar dos horas al día, jugar a un nivel bajísimo, jamás pensar en la autosuperación, conformarse con el mínimo esfuerzo y, para colmo, a final de mes llevarse plata que –mucha o poca- es la envidia de los que de verdad se esfuerzan por ser mejores deportistas. Esos que nadie pesca.