lunes, 9 de abril de 2007

Ya no hay monedas para Judas


¿Idea mía o cada vez se queman menos Judas en Semana Santa? Hace años –más de 10 o 15 ahora que saco la cuenta- era imposible no toparse con cabros chicos pidiendo monedas en cada esquina, pasando por todas las casas del barrio, persiguiendo a los automovilistas, gritando como tarados todo el día “una moneita pal Judas, una moneita pal Judas, una monedita pal….”
Ahora, con suerte, vi uno. Fue en Puente Negro, el jueves pasado. Unos niños paseaban en un carro de supermercado a un Judas bien ordinario, porque la cabeza de pelota se le caía a cada rato. No me pidieron plata ni tampoco les iba a dar, sólo porque me daba paja abrir la billetera. Pero aparte de ellos, no vi a nadie más. Parece que la tradición murió.
Recuerdos de quema de Judas tengo varios. Como que lo más difícil de fabricar era la cabeza. Si no teníamos una pelota vieja, había que improvisar con cualquier cosa. Hasta un tarro de leche Nido ocupamos una vez. Otro problema era conseguir la carretilla para pasearlo. Ningún vecino se dignaba a prestarla, quizás porque pensaban que nunca más se la íbamos a devolver.
También me acuerdo cuando “descubrimos” que era mejor repartirse la plata que meterla adentro del muñeco. Pa pasar piola, la primera vez hicimos unas monedas falsas con una lámina de cobre que había sobrado de algún trabajo escolar (después fue puro reírse viendo a otros cabros chicos quemándose las manos tratando de agarrar lo que ellos creían “monedas de 100 nuevecitas”).
Otro, un poco más patético, fue disfrazar a un amigo de Judas. Parados en la esquina, sin ni uno en los bolsillos, vimos que era una buena y rápida manera de conseguir plata. Así que pescamos al “elegido”, le tapamos la cara con su gorro de lana, le metimos hojas secas de árboles en los puños de la chaqueta y por las piernas y listo, lo apoyamos en un poste. La ropa que andaba trayendo ya era lo suficientemente vieja, así que eso ayudaba. Tuvo que quedarse quieto mientras convencíamos a la gente de que sí era un mono de verdad, aunque después no se aguantó las ganas de pararse y salir caminando detrás de la pareja que había colaborado con 50 pesos, plata que usamos para jugar taca-taca como dos horas.
Ahora no. Nadie pasó por mi casa pidiendo plata. No vi cabros chicos quemándose los dedos por sacar una moneda. Quizás dónde estaban ahora. A lo mejor preparando el disfraz para el próximo Halloween.