viernes, 9 de noviembre de 2007

El viejo Café del Libro


No había escrito esto antes sólo porque no tenía una foto pa acompañar el texto. Pero el fin de semana sentí que le debía un homenaje al lugar donde uno puede sentirse como en casa. Mejor que en casa, creo, porque es un lugar de carrete. Hablo del legendario, mítico, inigualable y queridísimo Café del Libro de Quilpué.
Es un bar, como cualquier otro, pero no cualquier bar. Algo tiene. Se respira buena onda, paz. Y hay buenas tocatas también, aparte de cerveza barata. Y personajes de todo tipo. Durante la semana, harto treintón, y no sé porqué, hartos profes también, que van a matar la jornada después del colegio. El fin de semana, de todo. De todo, pero con un factor común: gente piola. De hecho, jamás he visto una pelea adentro, aunque seguro que más de un combo se tiene que haber repartido entre mesas y sillas apretujadas. Pero no es la tónica.
También es el lugar ideal para ver fútbol por la tele. Me acuerdo de una vez que recorrí todo Quilpué buscando un lugar decente, pero o estaban todos llenos o no garantizaban que la billetera seguiría en el bolsillo al salir. Hasta que sin ninguna esperanza llegué al Libro. Cuevaza. Había repoca gente y pude disfrutar el partido en paz. ¿La clave? No pusieron ningún cartel anunciado que tenían pantalla gigante, entonces entraron sólo los precisos. Los de siempre.
Otro punto a favor que tiene es la fonda “Volantín Cortao No Tiene Dueño”, que en los últimos años ha instalado en el galpón del paradero 31. He visto a Chico Trujillo, Inti Illimani y otros que no me acuerdo (¿porqué será?). Es el mismo ambiente del bar de calle Blanco, pero multiplicado por 10 o más. Lo chistoso es que uno igual se encuentra con la misma gente que siempre va al Café todo el año.
No me puedo olvidar tampoco de la sucursal villaalemanina que el Café del Libro tuvo hace un par de años. Era igual al de Quilpué, pero con mejor música, más rockero. Dicen que por eso mismo cerró: se pasaba tan bien, que la gente iba, se sentaba, compraba una chela y se dedicaba a conversar y escuchar la tocata de turno, pero se embalaba tanto que se olvidaba de seguir consumiendo y así el negocio no funciona. Una pena, pero en fin. Otra teoría más simple dice que cerró porque el arriendo era muy caro.
Voy hace años, no sé cuantos. Pero me acuerdo de cuando era más rústico, sin techo en el patio y uno se cagaba de frío. Ahora es todo lo contrario, uno se caga de calor por el encierro. Igual, siempre es bueno volver y sentarse frente a un verdadero ícono de lugar: ese cuadro que tienen en la barra donde aparece Condorito en el suelo, golpeado y apuñalado por figuras de Walt Disney. Clásico.

PD: El de la foto es el Walo tocando en el Libro con su banda “Pornostar”, en esos momentos en que se acuerda que es un buen rockero. Cuando se le olvida, canta en “La Bandita de Firulete”.